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La noche que Earthless y Mars Red Sky quemaron nuestra materialidad

Ya hace mucho que se ha sentenciado la imposibilidad de viajar en el tiempo, aún conscientes de la problemática que engloba el concepto del tiempo. Este texto no intenta ahondar en el espiral que significa adentrarnos en la discusión y provocar un sinsentido a quienes abrieron esta página con el fin de encontrar otra cosa. Sin embargo, la función que tendrán estas letras será la de estructurar un testimonio consciente sobre lo que, al menos emocional,sensorial, anímica, sonora y simbólicamente, fue un verdadero y vívido viaje en el tiempo.

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Y es que hay accesos de la conciencia que no son posibles de alcanzar por medio del sentido común, lo ya conocido, ni mucho menos a través de una expectativa o la mera voluntad. Son, a veces, sorpresivos y/o necesitan de un bagaje mental ampliamente reflexivo, trabajado, atento o agudo. Así pasa con la música.

La manera en que la música puede configurar la conciencia y la estructura de lo que percibimos como real es algo que aún no tiene un consenso que haya dejado satisfechos a todos los involucrados. No obstante, basta un contacto agresivamente significativo con ella para que seamos partícipes de una experiencia que se puede afirmar como la vivencia de lo meramente mágico. Y así sucedió durante el breve recital de Mars Red Sky y Earthless en la CDMX.

El pasado 27 de octubre Kill Pill Klvb celebró su segunda noche de halloween, antecedida por la visita de los alemanes Samsara Blues Experiment. El anuncio prometía bastante desde un inicio, ya que en sus filas encontrábamos a Mars Red Sky y Earthless, dos bandas que, sabemos, han dado mucho a la música y la psicodelia. Pero poco se sabía acerca de lo que realmente se presenciaría más tarde.

La cita se retrasó un poco y cerca de las 8:30 de la noche la larga, mas no interminable, fila de aficionados se reducía sólo para ceder su aforo al SALA. Ahí dentro comenzaba la entusiasta espera por desbordar locura.

Los anfitriones encargados de amenizar dicha espera fueron The Cavernarios, quienes hicieron un buen trabajo mostrando al público la potencia de la música mexicana, al son de sus guitarras, bajo y batería que incitaban a la agitación del cuerpo. La fiesta de estos cavernícolas fue la primera ola – aún de manera primitiva con respecto a lo que se venía- de sudor y euforia desbordada, provocados esta vez por los sonidos garage, surf y rock & roll.

No se sabe con exactitud si había más oscuridad o impaciencia en el lugar, lo que sí se puede decir con algo más que precisión fue que todos agradecieron la llegada de Mars Red Sky a aquél escenario. Estos tres franceses arribaron tímidos, serenos, con pocas palabras en la boca y muy posiblemente incrédulos; sólo para generar la sorpresa del contraste que su música pintó.

Desde los primeros acordes que acompañan el sonido de la banda, el público se mostró impresionado por la combinación extraña – pero precisa- de fuerza y delicadeza con la que tocaron los galos. Mars Red Sky, una banda con extrema humildad y carisma dio, a través de su música, una grandiosa lección acerca del alejamiento de las dicotomías, o bien, de la manera en la que lo fúnebre con la vitalidad; oscuridad y serenidad; melancolía, euforia; miedo y calma; pueden confluir.

La sutil voz de Julien Pras atrapó al público por su suavidad e invitó a los asistentes a sumergirse en la melodía que poco a poco se encontró con la agresividad de las guitarras y la gravedad del bajo que retumbaban en nuestros pechos. La banda mostró serenidad en su ejecución y provocó la sensación de que la única droga posiblemente ingerida por ellos era la música: sonriendo tímidamente al interactuar con el público y despegando los pies de este planeta sólo al tocar sus instrumentos; llegando -y haciéndonos llegar- a Marte para, reverenciando su nombre, mirar el cielo.

Para acompañar las últimas piezas, se proyectaron imágenes que estaban excelentemente sincronizadas con los sonidos de la banda, tal y como se acostumbra en su videografía; estas recordaban la decadencia, la destrucción y la explosiva desesperanza. Poco después Mars Red Sky se despidió con sonrisas, agradecimientos y una fotografía. Salieron del escenario anonadados por la respuesta del público mexicano que, seguramente, querrá verlos más de una vez en el futuro. Las luces se apagaron y así se dejó en el foro un buen sabor de boca de ambas partes para el plato fuerte: Earthless.

Hace casi un año fue la primera vez que tuvimos la oportunidad de vivir el talento de los californianos, acompañados de otra pieza trascendente: Radio Moscow. Desde ahí no quedó ninguna duda de la potencia psicodélica y virtuosa de Earthless y cuando anunciaron su regreso, para esta noche de halloween que aquí se relata, la expectativa fue alta.

Decir que la banda cumplió la expectativa sería injusto para lo que se vivió; decir que la rebasó ni siquiera se acerca. Cerca de las 11:00 pm salieron al escenario Isaiah Mitchell, Mario Rubalcaba y Mike Eginton -en ese orden- , ocuparon sus lugares, saludaron al público y sin pensarlo mucho, comenzaron a tocar los primeros atisbos de una noche espectacular, guiándose con la emblemática canción que hace referencia al gran pedazo de arena australiana: Uluru Rock.

Fueron casi 15 minutos de experimentar sensaciones que, efectivamente, desterraron y elevaron a todos a otro plano; de arriba a abajo, de izquiera a derecha, de la tierra al espacio; del cielo al infierno. Inicialmente Issaiah Mitchell recibió innumerables agradecimientos, gritos, alabanzas y aplausos por conducir con su guitarra a un público perdido para encaminarlo, más que al destino, al viaje mismo.

Entre cada acorde colocado por los dedos de Mitchell podía observarse un laberinto infinito donde el azar se concretaba con una fuerza y delicadeza sublime. La atención que el guitarrista mostraba con la mirada indespegable a su instrumento causó que el tiempo y el espacio se detuviera en él y su música que, por supuesto, era sincrónica a la de sus congéneres, presentes en el mismo escenario.

Así, bastaba sólo voltear a ver el rostro de Mike Eginton, quien con seriedad acariciaba el bajo cuyo sonido era casi imperceptible para el oído común; mas cobraba sentido en el plano inmaterial en el que la noche se encontraba.

En el centro estaba aquél elemento imprescindible a la banda: Rubalcaba. Hay varias opciones  que se vienen a la mente para describir con lenguaje ordinario a Mario Rubalcaba tocando la batería: “parece poseído”, “talentoso”, “demente”, “es de otro planeta”, o simplemente, “está loco”. Pero ninguna de esas palabras, ni otras más sofisticadas lograrán satisfactoriamente representar la experiencia de ver a este hombre hacer música.

Tampoco es exagerado decir que el virtuosismo de Mario atrapa. Es una experiencia audiovisual impresionante; no sólo sus golpes se combinan a la perfección con los acordes que sus compañeros tocan, sino que ver el nivel de entrega en cada movimiento de sus manos, espalda, brazos, cabeza y piernas sugiere estar soñando, estar en el cielo y el infierno, pero nunca separados. Con una diversidad de ritmos y velocidades, el baterista no se detuvo casi ni un segundo, mostrando una energía pura que logró en su punto máximo la hipnosis.

A través de canciones clásicas de la banda, como la ya mencionada Uluru Rock y Violence Of the Red Sea, la banda nos demostró la inigualable cadencia de sus sonidos con el tiempo y movimiento. No era siquiera necesario que voltearan a verse entre ellos para saber lo que ocurría, para atinar con una propuesta sonora lo que el otro quería tocar y así dar continuidad a una serie excelsa e inteligente de formas exquisitas al alma.

Como se suponía, Earthless supo explotar adecuadamente su más reciente producción, que además de tener temas más cortos de lo habitual, tiene una energía y velocidad particular. De éste escuchamos canciones como la que da el nombre al álbum, Black Heaven, así como Electric Flame y Volt Rush.

Incontables son las veces en que se predecía el final de una pieza larga y concisa sólo para que los músicos hicieran caer al público en su error. Cada vez que se pensaba que se estaba en el climax, un suspiro fugaz aterrizaba inesperadamente para comenzar otro de más fuerza y dar continuidad a lo que se pensaba que e era el desenlace; y así sucesivamente hasta hacernos perder la orientación.

Se despidieron después de tanta fluidez explosiva, pero en menos de un minuto, cobijados por los gritos de la audiencia que no aceptaba su partida, la banda regresó a cerrar con un cover del emblemático tema de Jimmy Hendrix, Purple Haze.

Sin duda fue una noche que deja más que una preciosa satisfacción: abre la puerta de las posibilidades infinitas para la escena y reivindicación de la psicodelia; de la música de calidad y los eventos prolíficos. Queda entonces recordar y apropiar como metáfora lo que Earthless, nos mostró en ese evento, hace con los sonidos: ver, en donde todos ven final, un comienzo.

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Nancy Islas
Estudiante de Sociología en la UNAM. Entre otras cosas siempre incesantes, me apasionan la música en vivo y bailar.