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Rosalía y el nacimiento de la Motomami mayor: Una oda al arte kitsch y al morbo

El pasado 18 de marzo se lanzó ‘Motomami’, el tercer disco de la cantautora española Rosalía a través de Columbia Records

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Éste es un álbum que desde antes de su salida final, ya estaba causando mucho ruido pues los sencilllos ‘Saoko’ y ‘Chicken Teriyaki’ se colocaron rápidamente en el gusto de unos y en el odio de otros tantos, debido a sus letras aparentemente sin sentido.

Actualmente y a pesar de las críticas, ambas canciones suman un total de más de 50 millones de reproducciones en Spotify.  

La primera impresión al escuchar este álbum, tiende a ser de menosprecio sin siquiera darle una oportunidad de escucha, esto a causa de la viralidad de los sencillos liberados y que, me atrevo a decir, fueron sacados de contexto de la obra completa.

Aquí no se pretende defender o atacar al disco, ni siquiera busca reseñarlo con una opinión personal. Pretende trascender más allá de lo obvio y brindar otras perspectivas más allá de lo que el internet quiere que creamos.

Lo ‘kitsch’, el reggeaton del arte

El primer punto a traer en este espacio, es un concepto proveniente originalmente en la pintura pero pertinente para la narrativa de este trabajo, el arte kitsch.

Elena Moreno (2004) define esta categoría en su texto La cara kitsch de la modernidad como:

  • ‘Un concepto estético y cultural que en su origen ironizaba con la relación arte barato y consumismo. Hoy designa la inadecuación estética en general y permite comprender en gran medida las formas de la cultura y el arte contemporáneos, llenos de producciones alternativas que se relacionan constantemente con el kitsch promoviendo efectos baratos, sentimentales y muchas veces dirigidos para el consumo masivo’.

En otras palabras, el arte kitsch hace referencia a aquellas expresiones artísticas que no encajan con los estándares de belleza clásica, sino que están enfocados a las necesidades de consumo actual pero sin abandonar las formas anteriores.   

Claro que la Rosalía supo extrapolar esta categoría a su música y construir una base en ello, el ejemplo más claro lo encontramos en el símil de su portada con “El nacimiento de Venus” de Botticelli pero añadiendo un casco de motociclista y una tipografía con estilo pintura de aerosol.

Del mismo modo, usa el kitsch lírica y musicalmente, pues no se esperaban letras simples y géneros comerciales de una artista que nos regaló todo un concepto para la posteridad con su anterior álbum. 

El arte kitsch es fácil de acceder, de consumir y de disfrutar, pero no por eso, pierde su categoría de arte solo desdibuja el parámetro elitista de lo que es bello/estético y lo que no. Es exactamente lo que se presenta, una talentosa intérprete, compositora y productora jugando con su obra hasta límites indebidos.      

Consumo por morbo, consumo al final

Ahora, hay otro elemento que jugó a favor de este material y ese es el morbo. Así de simple.

¿Por qué otra razón saldrían como sencillos aquellos temas más ‘juguetones’, pensados para perrear y para colocarse rápidamente en trends virales de internet en vez de las canciones con una producción fina y rangos vocales mejor desarrollados?

Fácil, porque atraen la atención de la gente a la vez que generan expectativas y especulaciones en torno al trabajo o a tu futura trayectoria, para al final sorprender con el resultado completo y cerrar algunas bocas en el proceso.

No estoy diciendo que el factor morbo haga de éste un buen o mal disco. Quiero evidenciar es que no se trata de mera improvisación o de la decadencia de una artista sino que existe una cuidadosa planeación, estrategia y libertad creativa con un objetivo fijo.  

Esto muestra que la Rosalía sabe dónde está parada dentro de la industria musical y sabe cómo lograr una mayor aproximación con la gente, sea para bien o para mal, como se dice comúnmente, no hay publicidad mala.

Tenemos así un disco conceptualizado desde la idea de mostrar el lado controversial, divertido, burdo y, posiblemente, vulgar de lo que la gente pretendía admirar como una obra de arte en una prístina vitrina y que en vez de eso lo encontraron en el guardafangos de una motomami.  

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Luiska Romero
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