Una lucha incesante: Mujeres protagonizando la historia del rock mexicano (Segunda Parte)

Fue un cambio radical, tal vez un proceso o una evolución para que el rock & roll llegara a ser meramente rock. Y es que el rock, si bien es heredero de aquellos sonidos afroamericanos que caracterizaban todo el rock n’ roll, su sonido es aún más crudo, diverso y fuerte. Lo que también es cierto es que esta tradición musical se vino gestando más que como un sonido, como un movimiento con actitudes y significados.
Y en esta segunda entrega:
Auge en los 70 y 80: Avándaro, Los Hoyos Fonquis y la creciente escena
La máxima expresión de la libertad, la rebeldía y quizá hasta el hedonismo, fue ejecutada masivamente principalmente entre las décadas de los 70 y 80. En la década de 1960 el rock tenía como exponentes internacionales a The Beatles o los Rolling Stones, principalmente. En México, los grupos de Rock and Roll fueron perdiendo sentido frente a las productoras musicales, quienes se encargaron de ir convirtiendo a los exponentes en solistas de baladas o música pop.
Fue cuestión de poco tiempo para que comenzara a contagiarse la actitud de rebeldía en el rock por el mundo, una especie de globalización en la que lo primordial eran las demandas de los jóvenes. No es coincidencia que durante este periodo se desenvolviera más que nunca el movimiento contracultural, el cual acogió a diversas trincheras. La contracultura advierte la intención de visibilizar lo ilegítimo, la cultura que no pertenece a las instituciones con los valores tradicionales dominantes. Los jóvenes comenzaron a creer en sus propias reglas ya que las condiciones del país no coincidían con las promesas institucionales y decidieron tomar otras alternativas ante una sociedad conservadora. Mundialmente, la contracultura se expandía debido a grandes cambios en el orden social.
En Estados Unidos el movimiento hippie se extendía como protesta política y la música fue un factor fundamental para su desarrollo. La sociedad conservadora inmediatamente comenzó a estigmatizar sus prácticas, las cuales defendían el uso libre de drogas y el sexo, e incluso fomentó la liberación femenina, y dentro del rock se tuvo grandes figuras como Janis Joplin, quien inspiraría a muchas rockeras mexicanas.
La ciudad más importante del movimiento hippie estadounidense fue San Francisco, en el estado de California, muy vecino a México. En Tijuana, un importante exponente sería pionero en México de este nuevo sonido que caracterizaba a esta nueva ola de música liderada por el rock psicodélico y el folk. Su nombre es Javier Bátiz. Él fue uno de los que comenzó con este sonido en México y lo transmitió a otros músicos como Alejandro Lora y Carlos Santana.
Y aunque pareciera que la mujer está condenada históricamente a hacer apariciones efímeras o subordinadas la historia de los protagonistas masculinos, pero no es así. Así podemos remarcar una y otra vez es que las mujeres que se mencionan aquí son tan talentosas como los más famosos trabajos masculinos. Tal es el caso de Baby Bátiz.
María Esther Núñez, mejor conocida como Baby Bátiz es la hermana de Javier Bátiz. Sin embargo, destacó por su trabajo como cantante de rock peculiar, no por el hecho de ser hermana de Javier. Baby Bátiz estaba inspirada por la figura de la mujer rockera, libre y contestataria de la extranjera Janis Joplin. En 1964 lanza Aconsejame mamá, un LP en el que la joven rompe con la clásica voz dulce del Rock & Roll comercial de su época, y que con fuerza y crudeza caracterizaría a este nuevo estilo.
«En contraste, cuando grabó su primer disco, le decían en una disquera: “No cantes con mucha onda [es decir con la voz aguardentosa y nasal] porque eso no vende.»
Otras mujeres se unieron a la trinchera de Bátiz, como Marisela Durazo quien fue la voz del grupo Tequila. Esta banda tenía canciones en inglés con títulos como «Dame otro Chance», «Dame la información» y «Ponte en onda». Pero principalmente Tequila es conocido por su sonido ácido y su famosa presentación en el histórico Festival Rock y Ruedas de Avándaro en 1971.
Una noticia genial ¿no? hubo mujeres en el escenario del legendario Avándaro. Aunque en la industria de la música popular en México difícilmente se aceptaría, entonces, mujeres como Marisela Durazo haciendo rock psicodélico, y mucho menos sería legítimo en el conservadurismo mexicano.
Y hablando del mítico Avándaro, otra de las grandes que estuvieron en este festival representando la nueva oleada de mujeres en el rock mexicano fue Mayita Campos. Mayita, de origen chileno, residió en México y se presentó con Los Yaki en el ya mencionado festival, aunque su participación en esa banda fue corta. También colaboró en otras bandas como Soul Force (con Javier Bátiz ) y Los Shakes. La voz de Mayita era dulce, pero combinada con el sonido psicodélico de sus bandas generaba un ambiente inigualable.

Otra gran voz femenina que acompañó a bandas de esta oleada fue Ginny Silva. Al igual que las otras mujercitas del rock mexicano, no se tiene mucho registro de lo que significó su trabajo, sin embargo, colaboró con varias bandas entre las que destacan Los Finks y Los Stukas. Dice Octavio Hernández:
“Ginny es una cantante que con el tiempo no ha perdido ese groove, ese feeling, y esa voz soul– rock-blues tan maravillosa. Una artista que pasó dejando una huella indeleble por todos ‘los Templos de Rock de Tijuana’”.
El rock ácido y psicodélico, con pronunciadas bases del blues, se comenzó a extender bajo preceptos políticos y sociales en México, o por el mero gusto de la libertad. El entonces presidente Gustavo Díaz Ordáz se caracterizó por su autoritarismo y su poca resolución a los problemas generados por su fallido propósito de «desarrollo estabilizador».
La represión comenzaba a hacerse notar no sólo por parte de la sociedad moralista, sino por parte del gobierno. Entre otras cosas, fue esta la causa de que el Festival Rock y Ruedas de Avándaro se celebrara lejos de la Ciudad de México. Fue en Valle de Bravo el 11 y 12 de septiembre de 1971 cuando cientos de miles de personas con ideología afín al movimiento rock de la época se reunieron para celebrar la libertad, la música, y si, las drogas, el sexo, y todo el exceso.
Se ha dicho que el festival es el «Woodstock mexicano» ya que en Estados Unidos el festival Woodstock de 1969 fue un fenómeno similar. Bandas de todo el país como La División del Norte, Tequila, El Epílogo, Los Dug Dug’s, Peace and Love, Bandido, Mayita Campos y Los Yaki, El Ritual, Tinta Blanca, El Amor, y los emblemáticos Three Souls in My Mind (después El Tri) se presentaron en el festival, ante un público eufórico, inesperado y con fiebre de rock. Lo que ocurrió fue todo un fenómeno que representó la ideología de los jóvenes al máximo.
En el escenario tuvimos a las poquitas mujeres ya mencionadas, pero ¿en el público? Seguramente los que asistieron recordarán que la imagen principal que los medios conservaron para describir a esta gran «Orgía de hippies y mariguanos» fue justamente la de una mujer. «La encuerada de Avándaro» se hizo muy popular sólo por desnudarse y rondar eufóricamente por todo el festival, por bailar. Evidentemente para la campaña mediática que deslegitimó el festival y estigmatizaba a sus asistentes, la imagen de la mujer desnuda en un evento más que masivo cayó como anillo al dedo. Y así, creció el estigma del rock, y aún más, el de la mujer en el rock.

Después de la locura masiva del festival de Avándaro creció la represión por parte de las autoridades, quienes desde lo ocurrido al movimiento estudiantil de 1968, traían en la mira a los jóvenes. Así, oficialmente se prohibieron los conciertos de rock masivos.
Y ya hemos dicho que el rock va de la mano con la contracultura, o bien, es parte de ella. Y aunque suene a obviedad, la contracultura, se defiende como cultura en contra de lo establecido. Así llegaron los ahora famosos, pero antes clandestinos Hoyos Fonkis.
Los Hoyos funkies, Hoyos fonkis, u Hoyos fonquis, fueron lugares aleatorios, generalmente bodegas sin ventanas ni de gran capacidad, en los que se realizaban conciertos clandestinos después de la prohibición de los conciertos por parte del gobierno de Luis Echeverría.
Eran sitios alrededor de los barrios de la Ciudad de México en donde varios aristas del movimiento contracultural se concentraban para el rock, y a voces, lograban reunir a miles.
Lugares como el Salón Maya, El deportivo Nader, el Herradero o el Salón Revolución, acogían los fines de semana a rockeros y rockeras. En los escenarios de los hoyos fonkis tuvimos la presencia femenina de grandes como la propia Baby Bátiz, y hasta la un poco más popular Cecilia Toussaint, de la mano de su grupo Arpía, quienes tenían un sonido más suave y menos crudo, abriendo las puertas a la diversidad en estas presentaciones de los hoyos fonkis. Seguramente mucho público femenino y rebelde también asistió para ver a sus bandas favoritas, tomarse unas cervezas o alguno que otro psicotrópico, y sí, atraer la mirada de los rockeros.
Y es quizá el fenómeno de los hoyos fonkis, al conjuntar la diversidad del rock, el que da paso a una evolución del rock. El sonido sigue advirtiendo lo mismo: raíces del blues y el rock and roll, pero ahora con sus respectivas variantes y temáticas contextuales: el rock urbano, la psicodelia, heavy metal o el punk.
Estos dos últimos fueron desarrollándose en México en la década de los 80. Sin embargo, todas estas heterogeneidades tienen algo en común: se desenvuelven en una Ciudad de México que, sobre poblándose cada vez más, enfatiza la escasez de servicios, trabajo y la desigualdad económica.
Así se generan segregación, exclusión y desfavorecidos. Para las condiciones que los citadinos vivían existían canciones desde cualquiera de las vertientes del rock, lo que haría que los jóvenes conectaran la música con su vida diaria, en este halo de marginación.
Pero esa época la podrás leer el siguiente jueves 22 de marzo que es mi última entrega…